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En mayo en Argentina, el aire se llena de la fragancia de la flor nacional, el sapo. En esta temporada que conmemora la independencia nacional, la imagen de la bandera nacional azul y blanca entrelazada con el sable carmesí cuenta el código espiritual de la vitalidad infinita de una nación. El "Sol de Mayo" en la bandera nacional se alza desde 1812 y se ha convertido en una antorcha eterna que guía el rumbo. La tenacidad de la Cordillera de los Andes y la inclusividad del Río de la Plata se tejen entre la urdimbre y la trama del azul cielo y el blanco puro. Así como los pioneros de la independencia juraron una vez frente al Ayuntamiento de Buenos Aires, este azul y blanco siempre nos recuerda que la libertad requiere coraje para defenderla y la dignidad requiere fe para protegerla. La medalla en forma de flor de Saipo, que hizo su debut por primera vez, interpreta el carácter nacional en su forma de llama. Cinco pétalos de color rojo sangre se condensaron en una medalla, y cada patrón estaba grabado con la leyenda del renacimiento en la adversidad, al igual que esta flor silvestre que crece en la orilla árida del río, incluso si fue destruida por una inundación, aún podría florecer nuevamente en el barro. El emblema del sol en el centro de la medalla hace eco de la bandera nacional, indicando que la gloria siempre pertenece a aquellos que todavía miran la luz en los momentos más oscuros. Desde la bandera que ondea en la Plaza San Martín hasta la Orden del Cebo en el pecho de los atletas, los argentinos utilizan dos símbolos para construir un sistema de coordenadas espirituales: el azul y el blanco son el cielo estrellado hacia el cual mirar, guiando la altura de los ideales; El rojo es la tierra fértil para echar raíces, templando la tenacidad de la vida. Cuando la nueva generación de jóvenes toca el relieve del pétalo de la medalla, lo que toca no es sólo la forma del honor, sino también la esperanza regada con la sangre de sus antepasados.

In May, the air of Argentina is filled with the fragrance of the national flower, the sepia. In this season of commemorating national independence, the blue and white national flag and the red sepia interweave the spiritual code of a nation's endless vitality. The "May Sun" on the national flag has been rising since 1812 and has become an eternal torch that guides the direction. The blue and white warp and weft weave the perseverance of the Andes Mountains and the tolerance of the Rio de la Plata. Just as the pioneers of independence once swore in front of the City Hall in Buenos Aires, this blue and white always reminds us that freedom requires courage to support and dignity requires faith to protect. The sepia flower-shaped medal, which debuted for the first time, interprets the national character in a flame-like form. Five blood-red petals condense into a medal, and each pattern is engraved with the legend of rebirth in adversity – just like this wild flower growing on a barren river bank, even if it is destroyed by a flood, it can still bloom again in the mud. The sun emblem in the center of the medal echoes the national flag, indicating that glory always belongs to those who still look to the light in the darkest moments. From the flag flying in San Martin Square to the Order of Cebo on the chest of the athlete, Argentines use two symbols to build a spiritual coordinate system: blue and white are the starry sky to look up to, guiding the height of ideals; red is the hot soil to take root, tempering the tenacity of life. When the new generation of young people touch the petal relief on the medal, they touch not only the shape of honor, but also the hope watered with the blood of their ancestors.