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En octubre en España, la brisa del mar trae los ecos históricos del Día de Colón. Cuando las personas usan pinzas de corbata con incrustaciones de la bandera nacional y el emblema nacional, no solo están rindiendo homenaje al espíritu de los viajes de 1492, sino que también están luciendo en sus pechos los genes pioneros de toda la nación. Las dos columnas de Hércules del escudo nacional español se transforman en tótems de plata en el pasador de corbata. Los legendarios pilares de piedra que sostienen el cielo y la tierra se han convertido en una metáfora de la ruptura de los grilletes de la realidad entre las solapas de las élites del lugar de trabajo. Las palabras "Plus Ultra" (más allá del límite) grabadas en las cintas que rodean los pilares son como la declaración silenciosa de la gente moderna en la mesa de conferencias: cada mañana, cuando se aprietan la corbata, el tacto fresco del metal les recuerda que la oficina también puede ser una plataforma para explorar nuevos continentes. La bandera nacional de rayas rojas y amarillas se transforma en el fondo esmaltado del pisacorbatas, fluyendo con el coraje del torero y la pasión de la bailaora de flamenco. La corona sobre el escudo nacional brilla en un pequeño espacio. No es un símbolo de poder, sino una expectativa de que cada usuario "sea el rey de su propia vida". Cuando las negociaciones llegan a un punto muerto y los planes tropiezan con cuellos de botella, el peso de la historia hará que las dificultades parezcan insignificantes mientras las yemas de tus dedos acarician los antiguos castillos y leones grabados en el clip de la corbata. Esta pieza de metal del tamaño de un pulgar contiene una epopeya en miniatura de la civilización milenaria de la Península Ibérica. Cuenta la historia en silencio: la verdadera gloria no reside en cuánta tierra se ha conquistado, sino en la voluntad inagotable de explorar. Cuando fijamos este espíritu en el lugar más cercano a nuestro corazón, cada día ordinario se convierte en un nuevo viaje hacia el mar de estrellas.

In October in Spain, the sea breeze carries the historical echoes of Columbus Day. When people wear tie clips inlaid with the national flag and national emblem, it is not only a tribute to the spirit of sailing in 1492, but also a pinning of the pioneering gene of the entire nation on their chests. The two columns of Hercules in the Spanish national emblem are transformed into silver totems on tie clips. The legendary stone pillars that support the heaven and earth have become a metaphor for breaking through the shackles of reality between the lapels of the suits of workplace elites. The "Plus Ultra" engraved on the ribbons wrapped around the columns is just like the silent declaration of modern people at the conference table – every morning when tightening the tie, the cold touch of the metal reminds you that the office can also be a deck for exploring new continents. The red and yellow striped national flag is transformed into the enamel background of the tie clip, flowing with the courage of the bullfighter and the passion of the flamenco dancer. The crown on the top of the national emblem shines in a small space, not a symbol of power, but an expectation for each wearer to "be the king of his own life." When negotiations are deadlocked and solutions encounter bottlenecks, the weight of history will make the difficulties seem insignificant when the fingertips touch the embossed ancient castles and lions on the tie clip. This piece of metal, only the size of a thumb, carries the miniature epic of the thousand-year civilization of the Iberian Peninsula. It silently tells: the real glory does not lie in how much land has been conquered, but in the never-ending will to explore. When we pin such a spirit to the place closest to our hearts, every ordinary day becomes a new journey to the sea of stars.