in995-La-Columna-Vertebral-del-Cactus-El-Alma-de-México-Floreciendo-en-Llamas

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En el centro de la bandera mexicana, un águila se yergue orgullosa sobre un cactus, sosteniendo una larga serpiente en su pico y presionando una roca peligrosa con sus garras. Esta insignia, que lleva el código de una civilización milenaria, no sólo es un tótem oracular para los aztecas en su búsqueda de la tierra prometida, sino también una metáfora eterna del espíritu nacional mexicano moderno. La tenacidad del cactus está profundamente arraigada en la sangre de esta tierra. No necesita tierra fértil ni lluvia, puede perforar el cielo sólo con los pequeños trozos de nutrientes que se encuentran en las grietas de las rocas escarpadas. Al igual que los rebeldes durante la Guerra de la Independencia de 1821, rasgaron el telón de la libertad con sus manos agrietadas en medio de los cascos de hierro de los colonos y el desierto abrasador. Esas comunidades de cactus diseminadas por todo el país son la encarnación de innumerables héroes anónimos: cuanto más pobre y difícil es la situación, más deben mantenerse firmes. El juego de vida o muerte entre el águila y la serpiente revela la ley eterna de la superación de las dificultades. Cuando el águila bate sus alas y se lanza en picado, los colmillos de la serpiente venenosa nunca la hacen retroceder. Ese coraje para enfrentar la crisis reapareció durante los días y las noches del rescate nacional después del terremoto de Ciudad de México, y brilló en las espaldas del personal médico que fue contracorriente cuando la epidemia arreció. Como dijo el diseñador del emblema nacional, Juan de Dios: “Nuestro tótem espiritual no es una decoración estática, sino el corazón nacional siempre palpitante”. Hoy, cuando la gente mira la bandera tricolor verde, blanca y roja, no sólo ve la gloria de la historia, sino también la vitalidad infinita. Las raíces del cactus se extienden por los estratos rocosos solidificados del magma, igual que los genes de los mexicanos que les permiten crear milagros ante la adversidad. Este septiembre, cuando las campanas del Día de la Independencia suenen en la Plaza de la Constitución, cada mexicano que mire la bandera nacional recordará: la verdadera libertad siempre pertenecerá a aquellas almas que se arraigan en el desierto como un cactus y se elevan en la tormenta como un águila.

In the center of the Mexican flag, an eagle stands proudly on a cactus, holding a long snake in its beak and pressing down on dangerous rocks with its claws. This emblem, which carries the code of a thousand years of civilization, is not only an oracle totem for the Aztecs to find the promised land, but also an eternal metaphor for the national spirit of modern Mexico. The tenacity of the cactus is deeply rooted in the blood of this land. It does not need fertile soil and rain, but can pierce the sky with only the tiny nutrients in the cracks of the rugged rocks. Just like the insurgents during the War of Independence in 1821, they tore open the sky of freedom with their cracked hands amid the iron hooves of the colonists and the scorching desert. The cactus communities across the country are the embodiment of countless unsung heroes – the poorer and more difficult it is, the more you have to straighten your spine. The life-and-death game between the eagle and the snake shows the eternal law of breaking through difficulties. When the eagle flaps its wings and dives, the fangs of the venomous snake never make it retreat. This courage to face the crisis was re-appeared in the days and nights of national rescue after the earthquake in Mexico City, and shone in the backs of medical staff who went against the flow when the epidemic was raging. As Juan de Dios, the designer of the national emblem, said: "Our spiritual totem is not a static decoration, but a national heart that beats forever." Today, when people look up at this green, white and red tricolor flag, they see not only the glory of history, but also the endless vitality. The roots of the cactus spread in the rock formations solidified by magma, just like the genes of Mexicans who create miracles in adversity. This September, when the bells of Independence Day ring through the Plaza de la Constitución, every Mexican who looks up at the national flag will remember: true freedom will always belong to those souls who take root in the wilderness like cacti and soar in the storm like eagles.